Cada 22 de abril, en el contexto del Día Mundial de la Tierra, se nos ofrece la ocasión no solo de apreciar la hermosura y variedad del mundo en el que vivimos, sino también de pensar detenidamente en los peligros que lo amenazan. Un desafío predominante que enfrenta la humanidad es el cambio climático, que se presenta como una de las crisis más apremiantes. Dentro de este marco, ha adquirido una importancia creciente un concepto clave para hacer frente a esta situación: la resiliencia ante el clima.
La resiliencia climática puede definirse como la capacidad de personas, comunidades, ecosistemas y sistemas económicos para anticiparse, prepararse, resistir y recuperarse frente a los impactos derivados del cambio climático. No se trata únicamente de reaccionar ante desastres naturales como tormentas, sequías, incendios forestales o inundaciones, sino de promover una transformación profunda en la manera en que vivimos, producimos y consumimos, con el objetivo de reducir vulnerabilidades y aumentar nuestra capacidad de respuesta ante futuras amenazas.
Admitir que no todos los impactos del cambio climático se pueden prevenir es el inicio. No obstante, es factible reforzar nuestras acciones, mitigar los daños y disminuir la vulnerabilidad ante los peligros. Para esto, se requiere enfrentar sistemas económicos y sociales que sostienen desigualdades y dañan el medio ambiente. En este contexto, la resiliencia al clima no solo depende de infraestructuras fuertes o tecnología de punta, sino también de fomentar la justicia ambiental, la igualdad social y modelos de desarrollo sustentables.
El clima cambiante impacta de manera desigual a las personas. Los grupos más frágiles de la sociedad —como los habitantes de áreas rurales, las mujeres, los niños, los ancianos y las poblaciones de naciones en vías de desarrollo— experimentan las repercusiones de esta crisis de manera más severa, aunque apenas hayan contribuido a su causa. Esta desigualdad revela que no es posible desarrollar resistencia al cambio climático sin tener en cuenta los ideales de equidad social.
Frente a este panorama, el sector privado tiene una responsabilidad ineludible. Durante décadas, muchas grandes corporaciones han contribuido significativamente a la generación de emisiones contaminantes y a la explotación de recursos naturales. Sin embargo, también tienen los medios y la capacidad de liderar acciones transformadoras. En lugar de perpetuar modelos extractivos y contaminantes, las empresas pueden desempeñar un papel crucial en la construcción de un futuro más resiliente y justo.
Algunas de las formas en que el sector privado puede asumir un rol activo en la resiliencia climática incluyen:
- Reducción del impacto ambiental: adoptando fuentes de energía limpias, transformando sus cadenas de suministro, disminuyendo las emisiones y optimizando el uso de recursos naturales.
- Inversión en innovación ambiental y social: apoyando soluciones basadas en la naturaleza, iniciativas locales, economías colaborativas y proyectos con impacto comunitario real.
- Compromiso con la justicia laboral: asegurando condiciones de trabajo dignas, equitativas y seguras como base de una sociedad resiliente.
- Colaboración multisectorial: estableciendo alianzas con gobiernos, organizaciones sociales y comunidades para diseñar estrategias inclusivas y efectivas frente al cambio climático.
No obstante, es fundamental diferenciar entre compromisos reales y acciones simbólicas o superficiales. La llamada “ecoimagen” o greenwashing
—tácticas de mercadotecnia que son promocionadas como éticas practicas que en realidad no lo son— constituye un peligro notable. La adaptabilidad ante el clima no se logra con charlas ni con campañas publicitarias huecas, sino con medidas específicas, cuantificables y respaldadas en la franqueza y el involucramiento comunitario.
Finalmente, crear resistencia al cambio climático requiere una transformación fundamental. Supone rediseñar cómo entendemos el progreso, nuestra conexión con el medio ambiente y las relaciones sociales que cultivamos. El planeta no necesita actos conmemorativos simbólicos en un solo día del año, sino que requiere compromisos firmes y perdurables en el tiempo. La obligación es conjunta, pero la esfera privada, gracias a su posibilidad de influencia y recursos, juega un papel esencial en este esfuerzo.
Este 22 de abril debe ser más que una fecha conmemorativa: debe ser un punto de inflexión hacia un modelo de coexistencia con el planeta basado en la justicia, la sostenibilidad y la acción decidida. La resiliencia climática no es solo una opción, es una obligación ética con las generaciones presentes y futura